A lo mejor sabes que el barrio de Justicia se llama así porque ha albergado durante décadas dos de las instituciones clave del Estado: el Tribunal Supremo y al Tribunal de Cuentas. Es posible que sepas también que este vecindario madrileño comprende tres zonas con mucha personalidad: Chueca, Salesas y Barquillo. Pero… ¿Sabías que este barrio se construyó sobre una historia de amor real? Pues así es…

Corría el año 1729 cuando la princesa de Portugal Bárbara de Braganza contrae matrimonio con Fernando VI, rey de España. El enlace suscitó infinidad de cotilleos en la época. Se decía que la portuguesa era muy fea, tanto, que no le habían querido mandar ningún retrato pre-boda a su futuro esposo, no fuera a cambiar de opinión poniendo en peligro las relaciones diplomáticas con el país vecino.

A día de hoy, mirando los múltiples retratos de esa reina, no queda claro si era o no una beldad. Lo que sí que podemos afirmar con rotundidad es que al rey le gustó muchísimo y que el matrimonio entre Bárbara y Fernando fue muy feliz y estuvo marcado por la complicidad y el cariño mutuo. Ella, una mujer culta y amante de la música, ejerció una influencia positiva sobre él, de carácter enfermizo y melancólico. Su relación fue un pilar fundamental en la vida del rey, brindándole apoyo y equilibrio emocional.

¿Y qué tiene que ver esto con el barrio de Justicia? ¡Pues mucho! Ya que fue Bárbara de Braganza quien tuvo la idea de construir un palacio en el centro de Madrid, para contar con un refugio lejos de la sombra de su suegra, Isabel de Farnesio. La primera piedra del conjunto arquitectónico, que constaba de palacio, convento e iglesia, se puso en 1750 y la última en 1758. Lamentablemente, la reina no pudo ver la obra terminada ya que murió ese mismo año. Al no tener descendencia, no se la enterró en El Escorial, por lo que su sepulcro se situó en la iglesia de las Salesas Reales, que ella misma había mandado construir. Fernando VI falleció un año más tarde, dicen que arrastrado por la pena y, por su expreso deseo, su sepulcro se situó junto al de su mujer, uno a cada lado de una misma pared. Además, las calles Fernando VI y Bárbara de Braganza confluyen en la Plaza de las Salesas, que es donde descansan juntos los monarcas por toda la eternidad. ¿Es o no es una historia de amor bonita?

¿Y cómo pasó el conjunto arquitectónico de convento a tribunal? Durante más de un siglo estas edificaciones acogieron una institución educativa religiosa para niñas nobles, donde aprendían labores y valores tradicionales. Tras la desamortización en el siglo XIX, el edificio se transformó en sede judicial y, desde 1875, alberga al Tribunal Supremo. Aunque fue reconstruido tras un incendio en 1915, conserva su estructura original y su pasado como escuela femenina aún se percibe en su atmósfera.

Un rincón con historia… y mucho encanto

Si vas paseando por el barrio de Justicia puede que pases por la calle Argensola sin darte cuenta de que guarda uno de esos secretos que solo se descubren con curiosidad… o con una buena reforma. En el número 25 hay un espacio especial #muymonbull, donde hoy se celebran reuniones, showcookings y eventos efímeros, pero que en otra vida fue una agencia de viajes del IMSERSO. Sí, tal cual.

Cuando entramos por primera vez, aquello parecía más una cápsula del tiempo que un lugar con futuro: techos técnicos con fluorescentes de tubo, paredes cubiertas con una especie de gotelé a rayas (como lo estás leyendo), suelo laminado de imitación parqué y hasta las columnas de hierro fundido escondidas tras pladur.

Inspirados por una estantería del hotel CitizenM de Londres (a veces la inspiración llega en forma de mueble), decidimos picar. Literalmente. Quitamos cada capa noventera para devolverle al espacio su esencia. Y ahí estaban: techos altos, ladrillo visto y unas columnas de hierro que hoy se han convertido en las auténticas protagonistas de esta pequeña joya.

Gracias al trabajo del arquitecto Juanjo Jiménez y los interioristas y decoradores María del Valle, Nieves Madrid (Mooi Home) y el estudio Decolab, el local recuperó su alma. Hoy, este espacio Monbull acoge hasta 30 personas y tiene una cocina pensada para sorprender —ideal para showcookings con hasta 10 invitados—.

Y aunque su historia empezó entre folletos de viajes para mayores, hoy es un lugar que invita a crear, compartir y, por qué no, inspirarse.