“No se ponga en mi camino. Aléjese cuanto pueda, desaparezca, cambie de nombre, tíñase el pelo, sea distinta… y así tal vez, tal vez… llegará a verse libre de mí.”
Ben Quick, “Largo y cálido verano” (Martin Ritt, 1958)

Pese al calor de estos días, es imposible no quedarse congelado escuchando a Paul Newman decir esta mítica frase en “Largo y cálido verano”, a la que meses más tarde fue su mujer, Joanne Woodward. Esa sensación hipnótica que sentimos ocurre porque estamos siendo testigos de una escena sublime en la que se concentra el meollo de la cuestión. Muy posiblemente, un número considerable de espectadores ubicaría el clímax de la película en ese preciso instante; el minuto que a todos se nos queda tatuado en el cerebro. Y esto ocurre porque el director, Martin Ritt, supo usar todas las herramientas que tenía en su mano para conectar con el público poniendo el foco en la trama que, pese a no ser la principal, era sin duda la más emocional y, por tanto, la que más enganchaba.

De alguna forma, nuestras vacaciones también funcionan así: todo el año proyectamos en ellas emociones intensas, imaginamos lugares soñados, escapadas perfectas, instantes de descanso absoluto y días infinitos. Pero cuando por fin llegan, muchas veces lo hacen acompañadas de una sensación inesperada de vacío. ¿Por qué? Posiblemente porque la expectativa había crecido más que la realidad y, quizá también, porque queremos aprovechar demasiado el tiempo del que disponemos saturándolo de  planes.

Gestionar eso que esperamos —sin renunciar al disfrute— puede marcar la diferencia entre un verano que pasa sin pena ni gloria y uno que realmente nos transforma. A veces no es el plan lo que falla, sino el guion que teníamos en la cabeza. Quizás idealizamos tanto la experiencia que dejamos poco margen para la improvisación, para el disfrute espontáneo, para la magia de lo cotidiano.

No todos los veranos se viven igual. A algunos les tocará playa, a otros montaña o ciudad. Y no, no siempre serán nuestras vacaciones soñadas. Pero incluso en el verano menos esperado puede haber instantes memorables. Solo hay que saber mirar. El sonido de las olas, un paseo entre pinos, una sobremesa sin prisas, un banco a la sombra en una calle tranquila… todo eso, si lo dejamos entrar, puede regalarnos una escena para el recuerdo.

El secreto está en el enfoque. En soltar la presión de que todo sea perfecto y abrirnos a lo que sí está su cediendo. No es el destino lo que hace único a un verano, sino la forma en que lo habitamos. No es la foto, sino la emoción que se esconde detrás. No es cumplir el plan, sino permitirnos cambiarlo.

Tal vez este verano no traiga fuegos artificiales, pero sí pequeñas chispas que enciendan algo importante dentro de nosotros. Una conversación inesperada, una comida sencilla bajo la sombra, una tarde sin planes que te regale calma. No hay que subestimar el poder de lo cotidiano cuando se vive con los ojos bien abiertos. Como Ben Quick, que sin pretenderlo encontró algo valioso en medio del calor y el caos, tú también puedes descubrir que lo extraordinario está al alcance de tu mano. Así que suéltalo todo un poco, baja el ritmo, respira hondo… y permite que este verano —el que realmente es, no el que imaginaste— te sorprenda.

A veces, basta con una mirada distinta para tener un largo, cálido y feliz verano.